Ir al contenido principal

Entradas

Destacados

Agosto de 1988

El aire era espeso como un manto y la humedad se pegaba a la piel volviéndola escurridiza. Las ruedas del coche traqueteaban sobre el poco asfalto que le quedaba a la carretera que iba al pueblo. De entre las piedras partidas y sueltas por el paso de los años, nacían brotes nuevos de hierba que empujaban el antiguo cemento como reclamando lo que una vez fue suyo. Bajé la ventanilla hasta abajo. Los olores del campo me golpearon de lleno con tal fuerza que no pude evitar arrugar la nariz. El olor a estiércol que poblaba las fincas lo llenó todo, desde los asientos a las suaves manos de mi madre sobre el volante. La miré con atención, aunque mantenía los ojos el tiempo justo para que ella no se incomodara. Odiaba que se la quedasen mirando, quizá porque su padre le había estado sacando defectos durante dieciocho años. Creía merecerse algo mejor que una mujer y una hija abocadas a la idolatría del infeliz que cura sus grietas abriéndolas en otros. Todos en el pueblo creyeron que era un

Entradas más recientes